domingo, 12 de septiembre de 2021

EL CAMINO QUE PASARAS

 

 


La vida nos hace atravesar por experiencias para que aprendamos la lección, nos veamos en ese espejo o hagamos un alto importante en el camino y que así cambiemos el rumbo o volvamos a tropezar con la misma piedra, hasta que superemos el examen.   Afortunadamente hay esperanza, aunque en ocasiones es tarde.

Era un día normal, cada cual en sus deberes y a lo lejos escuchaba una conversación entre una madre y su hija ya adulta, quien le fue a visitar…  Entre reclamos de la hija y el silencio de ella, no había mucho que interpretar, mas que la molestia de una mujer mayor que sola en su mundo, vive en paz y la incomprensión de una hija que cree que su madre DEBE tener una vida mas “activa” ya que “Solo te la pasas viendo la televisión y rezando, has algo útil con tu vida”.

No era mi madre y la verdad, sentí tanta frustración al escuchar el trato tan frio y de poco tacto entre esa mujer adulta y su madre.

 

REGRESEMOS EN EL TIEMPO

Eran inicios de los años 70´s, fui el último de cuatro hermanos (2 mujeres y 2 varones) en casa mi padre y mi madre trabajaban y teníamos una vida normal, en aquellas alejadas barriadas en donde los vecinos eran hermanos, tíos o familia por elección, donde si un juguete se quedaba tirado en la calle, al día siguiente amanecía ahí, donde todos compartíamos un mismo refresco, etc.

Criados bajo el manto impuesto de la creencia en Dios, en donde el respeto al padre y la madre estaba por encima de muchas cosas, ya que, con la mirada fulminante, uno sabia que tenía que hacer “O sea, irse derechito para el cuarto y salir cuando las gallinas orinaran” en fin, había respeto y un estilo muy peculiar de amor hacia los hijos, heredado de generación en generación.

Seguro en la mayoría de las casas, la dinámica familiar era así y mas si los abuelos llegaban de visita o íbamos nosotros a visitarles. 

Yo fui un niño de psicólogos, creo que el único entre mis hermanos que los necesito.  Sí, venía con el chip jodido, pero con todo y eso, tuve una infancia feliz, una juventud entre Metallica, Celia Cruz y Richard Clayderman, así como con pinceles, herramientas y un parche de la Cruz Roja, el cual fue mi pasaporte a mi primera libertad, ya que me había ganado la confianza de mis padres, para participar en operativos de rescate, manejar una ambulancia o hacer guardia en el cuarto de urgencias del Hospital Dr. Rafael Hernández.

Los años pasaron y me case sin hacer mayores aspavientos; compre junto a la madre de mi hija una casa sin consultarle a nadie, nació la primera nieta de mis padres y por esas cosas de la vida me divorcie, no sin antes hacer terapia de pareja, hablar con el sacerdote y visitar a otra psicóloga, aun así, nada funciono, pero siempre hubo respeto.

  

LA CONEXIÓN

Fui criado por una mujer, tengo dos hermanas y una hija, por lo que mi balance emocional no me permitiría faltarle el respeto a una mujer, obvio ese soy yo, pero cuando como hijos, cruzamos el umbral del respeto, hay que recordar que ese SER fue parte de nuestra llegada a este planeta (Madre y Padre) es y será nuestra conexión con lo que somos.   Ellos y sus decisiones no impidieron que nosotros les eligiéramos como padres, por lo que, en el fondo cada uno hizo con nosotros, lo mejor que pudo, con los muchos o pocos conocimientos, recursos, experiencias o habilidades, por lo que mínimo merecen Aceptación, Respeto y Admiración.

No creo que exista padre o madre que se despierte todos los días pensando Como le arruino la vida a mi hijo”, ya que, hasta en el miedo y la ignorancia de un abusador, maltratador o desconectado padre, en esencia no existe la maldad, sino el eco de lo que en su infancia vivió y que por desconocimiento no fue sanado, motivo por el cual esas penas se siguen arrastrando de generación en generación.

Es aquí en donde como padres o madres, debemos hacer un ALTO para romper el silencio, el miedo y la ignorancia que significa el maltrato, ya sea físico o psicológico con niños o adultos mayores, ya que unos en su inocencia no son culpables de nuestros traumas y los adultos mayores, son la muestra viviente que nosotros somos parte de la solución y no del problema de la violencia intrafamiliar.

Y si, cada familia es un mundo y no soy quien para juzgar o culpar a nadie, pero esto es mas real de lo que parece, mientras que la hipocresía social y hasta religiosa, es lo que nos hace mirar para un lado, sin darnos cuenta de que somos parte del problema o cómplices de este al obviar esta realidad, así como lo hacemos con la educación sexual, el suicidio, el homosexualismo y muchos otros temas que preferimos ocultar, en vez de conversar para ACEPTAR y CRECER.

 

LOS CIMIENTOS QUE CONSTRUYES

Ayer éramos niños, hoy somos adultos y mañana seremos ancianos; en mi caso no pretendo joderle la vida a nadie y menos a mi hija, ya que ella sabe que yo soy feliz con nada y VIVO con todo mi corazón, aquellas experiencias que la vida sigue poniendo en mi camino, ya sea solo en la montaña, paseando en moto o escribiendo lo que siento; por eso VIVO sin miedo a la vida, ya que cuando el patrón me mande a buscar, le diré “No tengo nada pendiente” y feliz trascenderé al próximo puerto donde me toque vivir.

Por esto, construyo con AMOR gratos momentos con mi hija, disfruto hasta del silencio al estar con mi madre, mi padre, hermanos, primos o amistades, ayudo en lo que puedo, transmito mis conocimientos, escucho y aconsejo a quien quiera oír lo que siento y no lo que quieren escuchar, pero jamás, por mucho que incomode un niño o un adulto mayor, sería capas de gritarle o hacerle pasar un mal rato, ya que de seguro yo también pasare por ese mismo camino.

 

Ama a tus hijos y a tus padres, ya que cuando trasciendan, no podrás pedir perdón.

 

Con amor.

 

Abdiel Barranco C.

La Aventura de VIVIR.

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